¡Mueve esas caderas, mujer!

La primera seductora se enteró de la faena de la segunda y hubo una enorme riña. No por el hombre, que les importaba poco, sino más bien por la vanidad herida. Pero la excusa era aquel hombre aceptable y educado que en su vida había sido capaz de enunciar un piropo.

¿Has encontrado el lapicero?

El esposo que eligió para sí (el padre de Maya) un hombre ausente, alguien que calzaba con perfección con la forma de amar de ella, alguien a quién había que ATENDER y que no era capaz de valorar esa atención interminable.